David es un artista, sí señor. Hace escultura y pinta. Ha sido creativo publicitario. Pero ante todo, es un señor: educado, culto, polifacético, amante de la tranquilidad y la contemplación prolongada, de la tertulia calma, de la discusión sin un ganador claro. Y es buena persona. Sí señores, David Casademunt es un pedazo de pan y no está precisamente para comérselo.
A este escritor novel le he visto hacer de todo: pilotar un catamarán cargado de ilusiones, hacer ambrotipos, fabricar papel artesanalmente... y un montón de cosas más. Por lo tanto, no me puede sorprender casi nada de él. Si exceptuamos, claro, el día en que me dijo que iba a escribir un libro de monólogos.
¡¡¡Cómo!!! Si eres un tipo más bien aburrido, soso y además careces de facultades para contar un chiste.
Pero mi opinión cambió cuando me dejó leer su primer monólogo. Me hizo reír, sí señores. Me hizo reír. Y eso a pesar de que yo soy un tipo de esos que hay que echarles de comer aparte. Y es que en David me sorprendió una vez más con su capacidad creativa para llevar a cabo cualquier proyecto en la vida. Este ejemplar que tienen entre las manos es una nueva demostración.
PEDRO MADUEÑO
Fotógrafo
Adjunto al Director de La Vanguardia
Adjunto al Director de La Vanguardia
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