Nunca fuimos (tan) buenos.

A los lectores habituales de novela negra y criminal nos preguntan a menudo por qué leemos este tipos de cosas y si no tenemos bastante con la realidad. Mi respuesta suele ser que la realidad supera a la ficción, que los protagonistas del texto son personajes, no personas y que cerrando el libro, se acabó la historia. Lo suelo dejar ahí para no ponerme filosófica...pero hoy me vais a perdonar por soltaros una pequeña reflexión: en la novela negra hay leyes, conciencia, deber...pero las fronteras se desdibujan y nos permiten alcanzar, también, la justicia y el alivio -a veces culpable- que eso supone. Por lo mismo, abrir un libro sobre crímenes ficticios, permite al lector vislumbrar el caos desde la comodidad de su sillón, moverse entre sus consecuencias, participar en su vorágine, y luego observar cómo todo vuelve a su cauce y, finalmente, suspirar de satisfacción al volver a instaurarse el orden de la vida (de los protagonistas y de los lectores). 
A veces, todo esto nos hace reflexionar y es entonces cuando la ficción interviene sobre la vida. Otras, es un escapismo escalofriante que nos ayuda a apaciguar nuestras propias situaciones de caos. Y es por eso que, sospecho, un amplio sector de novela criminal acompaña siempre nuestras vacaciones, otorgándonos distancia para reorganizar nuestros propios desórdenes con una levedad que refresca, generalmente oculto tras el misterio a resolver.
En esta ocasión, Rocío López Núñez ha doblado los misterios, enredando entre sus hilos al asesino y a sus víctimas. Al primero lo ha dotado de unas capacidades que parecen igualar a las de la altamente efectiva comisaría de la 23 y a su detective estrella Evan Reed. A las segundas las ha envuelto en una serie de capas que no van a terminarse con tan solo desvelar la identidad de su asesino. Un misterio dentro de un enigma.
Su lectura es, como siempre, sencilla y apasionante, pero esta vez nos preguntaremos si va a ser posible acabar con los crímenes de semejante monstruo, surgido (como es habitual en la escritora) de la desafección, la tragedia y el desapego más temible, macerado entre los peores ingredientes de las vías legales y las estructuras sociales, ineficaces o insuficientes a la hora de suplir carencias o de educar e integrar.
También lo pasaremos mal viendo los vaivenes de los detectives de la 23, en especial de su capitana -Grace Atler- intentando hacer tabula rasa y aún así nadando entre aguas, queriendo flotar o salir de la corriente e intentando estabilizar al menos, una parte de su existencia...como os decía antes, el crimen es caos aunque a estas alturas ya no sé si añadir el amor a la listas de cosas escalofriantes que dejamos entrar en nuestras vidas. Con todo y con eso, no querrás cerrar el libro hasta haber agotado todas y cada una de sus páginas. Quizá, la calma ( o al menos la de ficción) esté sobrevalorada.


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